martes, 2 de octubre de 2012

Reflexiones de una tarde en Nimes

Jose Maria Manzanares, torea como se debe: con lentitud. Es dueño de su tiempo. Sabe cómo ponerlo entre paréntesis pase a pase. Conoce los secretos de las pausas y los ritmos, levantaba los vuelos de su capote y le descubre el cuerpo con la muleta, toreó limpio, puro. Entra a matar recibiendo y deja perfumada de esencias la plaza de toros.


Morante de la Puebla, un torero, torero caprichoso y arrogante que cuando el duende lo visita torea como un ángel. Pero cuando no, desprecia al público y no hace el menor esfuerzo por torear un toro que no le guste, sea bueno, malo o regular. Lo mira, lo siente y lo toma todo o lo deja todo.

José Tomás hizo todos los quites que se pueda desear: gaoneras acampanadas, tafalleras a la navarra, chicuelinas, faroles. Y pases: trincherazos suaves pero mandones, manoletinas escalofriantes, cambiados de mano; se pasó por el pecho todos sus toros y a todos les aguantó. Cargó la suerte como cosa natural.
A diferencia de todos los demás diestros de la temporada, no le gritaba al toro, parecía más bien aconsejarlo en voz baja. Y el toro le obedecía los quites ¡y qué quites! naturales con derecha y naturales con izquierda; nada de redondos, ni de pasitos atrás, ni de muleta retrasada. Todo pureza pura.

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